viernes, 21 de junio de 2013

LEYENDAS DE CHINIPAS

LA SIGUIENTE ES UNA COPILACIÓN DE LEYENDAS DE NUESTRO MUNICIPIO DE CHINIPAS.

NUESTRA CABECERA MUNICIPAL SE FUNDO EN 1626, SIENDO DESTRUIDA AÑOS DESPUÉS PARA SER RECONSTRUIDA EN 1676 POR LO QUE

LA CONVIERTE EN LA MISIÓN MAS VIEJA DEL ESTADO DE CHIHUAHUA. TENEMOS UNA GRAN CANTIDAD DE LEYENDAS Y RELATOS QUE INCLUSO ALGUNOS DATAN DESDE LA ÉPOCA COLONIAL.

EL OBJETIVO ES CADA TANTO TIEMPO ESTARLA ACTUALIZANDO CON RELATOS Y VIVENCIAS NUEVAS QUE VENGAN A ENRIQUECER NUESTRAS RAÍCES, SOBRE TODO EVITAR QUE LAS LEYENDAS, TRADICIONES, RELATOS, SE PIERDAN EN LA NOCHE DE LOS TIEMPOS.

BIENVENIDOS SEAN PUES LOS LECTORES Y AQUELLAS PERSONAS QUE QUIERAN APORTAR ALGUNA LEYENDA O HECHO HISTÓRICO DE NUESTRO MUNICIPIO.


1.- LA BRUJA JUANA
2.- TRAGEDIA Y LEYENDA
3.- LA LEYENDA DE SALMERON
4.- LA MINA DE JUAN RAMON



LA BRUJA JUANA.

En las inmediaciones de la Villa de Chínipas, por el rumbo Sur, se estableció un matrimonio de raza cahita, allá por el último tercio del siglo pasado. El se llamaba Guadalupe Valenzuela y ella Juana Buitimea y al lugar en donde se asentaron le pusieron un nombre de su mismo origen se llamó Ticiripa, que conserva hasta la fecha.
En aquellos años todavía había alguna población indígena en Chínipas y sus alrededores, tanto locales como procedentes del Estado de Sonora, de donde se venían huidos de las haciendas a buscar trabajo en los minerales de la Sierra de Chihuahua, que les era recompensado con mejores salarios.
Por la causa antes expresada, la presencia de esta pareja no llamó la atención, si no fue su alejamiento de la población para radicarse en un lugar solitario, en donde fijaron su casa y él sembraba unas pequeñas tierras de temporal que existen en el expresado Ticiripa las que acotó previamente. El misterio que los envolvía se fue rompiendo con el transcurso del tiempo, primero por las actividades a que se dedicaban y después porque se supo que habían tenido dificultades con las autoridades de Navojoa.
Guadalupe adquirió muy pronto fama de vago, truhán y borracho y Juana se fié acreditando como bruja y hechicera, siendo verdaderamente despampanantes y fantásticas las consejas que se referían de ésta última.
El era un indio chaparro, ancho de espaldas, facciones pronunciadas, un poco canoso denunciando una edad aproximada a sesenta años, doblado, cascorvo y se apoyaba en un grueso y rústico bordón usaba vestido de manta, cacle, sombrero de palma, y un cotense doblado en forma angular amarrado a la cintura de manera que el ángulo inferior del doblez cayera sobre las posaderas, prenda ésta muy usada hasta la fecha por muchos indios ladinos y hasta por los mestizos. Ella era también de tipo autóctono, pasaba ya de los cuarenta años y usaba la indumentaria propia de las mujeres de su raza, prefiriendo los colores chillantes: blusa, enagua que semejaba un cono arrugado y truncado a la altura de la cintura, huaraches y su reboso de bolita; la cara pintarrajeada de colores rojos, azules y amarillos y usaba aretes y soguillas vistosos de tipo corriente; en una palabra, verdaderas baratijas.
Lupe, como lo llamaba toda la gente, pronto se dio a conocer por sus prácticas de vago y borracho barato y corriente, dedicándose a explotar a la gente ignorante y a los comerciantes con préstamos y fiados que nunca pagaba y que sacaba muchas veces por temor a la vieja que era terrible.
Juana era curandera rudimentaria, de rudos y tortuosos procedimientos. Su sistema de curación era completamente primitivo, pues se reducía a recetar brebajos que eran sucios y peligrosas infusiones, a aplicar cataplasmas de yerbas y grasas y a practicar incisiones, con vidrios, que no eran desinfectados, sobre fístulas, lobanillos, inflamaciones y otros granos malignos; pero lo que impresionaba a la gente eran las succiones que ejecutaba con la boca, de impresión asquerosa, para extraer el pus, a lo que ella agregaba maliciosamente la extracción de pequeños animales y objetos minúsculos que decía haber sacado de las expresadas succiones.
Algunos enfermos sentían alivio al mostrárseles una cucaracha o sabandija o una pequeña piedra que dizque les había sido extraída; pero otros, se agravaban presa del espanto, sin poder explicarse cómo se les había introducido al cuerpo una rana o una abeja que la curandera decía haberles extraído. Estas prácticas principiaron a crearle un ambiente de hostilidad entre los deudos a quienes parecía desusado aquello, viniendo a aumentar esta hostilidad la opinión contraria del Presbítero José María Piña quien declaró que aquella pareja estaba endiablada y que lo estarían igualmente todas las personas que tuvieran relaciones con ella.
Las actividades citadas y la opinión anterior acabaron de llenar de pavor a mucha gente que huía de ellos como de apestados. Del primero para evitar la explotación del viejo holgazán y de la segunda por sus actividades de bruja compactada con el diablo. Esta principió a ejercer venganzas con las gentes que rehusaban sus relaciones y sus servicios o que no pagan éstos por ser pobres de solemnidad; llegando a tal grado sus actividades y el miedo que le tenían, que su estancia allí se hizo insoportable.
Tofacico, Justina, San Miguel, Chaichaco, Bajubá, El Zapote, Chínipas y otros lugares inmediatos fueron el campo de acción de aquella pareja que tenia azorados y amedrentados a todos sus moradores, por la explotación, los chismes, los enredos y las comadrerías que fomentaban, tendientes a distanciar a todo mundo y a sembrar la discordia, rencillas y rivalidades.
Además la bruja daba brebajos, medicinas y amuletos a sus clientes para hacerse querer de las mujeres o a éstas para retener a aquellos a su lado, originando con estos procedimientos enfermedades serias del estómago y del cerebro.
Ya en esta situación la destartalada pareja, Juana se multiplicaba para ejecutar sus correrías por todas partes, ejerciendo venganzas diabólicas. Llegaba a una casa y dejaba oír voces y ruidos truculentos que llenaban de pavor a los que allí vivían; en otra enfermaba o mataba a las gallinas u otros animales domésticos; más allá dejaba amargada la comida haciendo imposible que se pudiera comer; vertía sal sobre las plantas para secarlas; se presentaba en forma inesperada en lugares apartados, haciendo aparecer todos éstos actos como sobre naturales. De manera que en todas partes dejaba el mal y la desconfianza, la duda y la superstición, sin que nada pudiera conjurar aquella situación que cada día era más abultada por las pláticas, chismes y comentarios de barriada.
Don Juan Castillo, de oficio yerbajero, era solicitado frecuentemente por Guadalupe para que le llevara determinadas plantas medicinales que empleaba la bruja para infusiones y cataplasmas; pero habiéndose dado cuenta de las opiniones del Cura Párroco, se negó a seguir proveyéndolos. Todo fue que la bruja Juana se diera cuenta de esta repulsión, para que tomara venganza con Ponciano, hijo de Don Juan, conocido generalmente por el Chapo Ponciano.
Iba éste enviado por su padre rumbo a Las Borregas a traer yerbas cuando se le apareció el diablo, lo levantó a quince o veinte metros de altura y lo dejó caer sobre un bainoro, originándole numerosos araños y la fractura del brazo derecho.
Manuel Ramírez ocurrió a la bruja para que le curara unas intermitentes que padecía; pero en lugar de curarlo lo hechizó en represalia de cierto disgusto que Guadalupe había tenido con Don Sebastían Ramírez, padre de Manuel. El pobre muchacho fue presa de un estado de abatimiento y de tristeza originado por un brebajo que tomó y
por la sugestión, de que estaba hechizado, la que cada día aumentaba y probablemente le hubiera costado la vida, si una circunstancia fortuita no lo saca de aquél estado de abyección y de estupidez.
Uno de tantos días se encontró con Miguel Avilés y Faustino Esquer, muchachos un poco más grandes que él, y casi a fuerzas lo embriagaron. Ya con el valor galvánico del acohol, Ramírez les contó el origen de su estado diciéndoles que la vieja maldita lo había embrujado.
En medio de la borrachera se confabularon y se fueron a buscar a Lupe y a la vieja a quienes todos odiaban con el propósito de mátalos en donde los encontraran.
No pudieron localizar al primero; pero al salir de una cantinucha que tenía establecida Don Carlos Parra por la actual calle Degollado en la salida para la Hacienda de Justina, tropezaron con la vieja, quien procedente de su casa venía en busca de su marido. Todo fue que la vieran para que los tres cargaran sobre ella con el ímpetu de su locura alcohólica emprendiéndola a golpes y a palos. La bruja tomó su defensa personal echándoles maldiciones y denuestos y diciéndoles que el diablo había de venir en su ayuda para vengarla.
Nuestros hombres no se arredraron por esta amenaza y la emprendieron contra la vieja, quien trató de resistir; pero fue brutalmente golpeada sin respetar su condición de mujer, tanto así era el odio que había creado.
A poco se presentó a auxiliarla un sujeto desconocido quien se bastaba para reñir con los tres ebrios, esquivando los golpes de una manera extraordinaria y en cambio golpeaba a sus opositores.
Ya cansados de esta lucha singular, Miguel Avilés se retiró violentamente y de la casa de Don Manuel Bravo que estaba cerca, cogió una escopeta con la que regresó al lugar del combate. En momento en que llegaba con esta arma en las manos, la vieja moribunda a causa de los golpes, habló a su defensor: --Abirón, llévame porque me muero, sonando casi al instante un escopetazo disparado por Avilés en plena cara del defensor de la bruja y sus compañeros hacían el signo de la cruz.En ese momento expiró la vieja y el diablo, dando un alarido feroz, vomitando fuero por la boca, los ojos, los oídos y las fosas nasales, se alejó violentamente unos pasos y desapareció ante el espanto de los tres borrachitos que después de haber apaleado a la vieja, ha-
bían sostenido un combate encarnizado con el mismo diablo compactado con ella.
Sólo pensaron en huír y escabullir la responsabilidad que podía resultarles, sin que jamás se hubiera aclarado quienes habían dado muerte a la bruja Juana, aunque todo el pueblo se alegró con su fallecimiento. Sólo uno de ellos fue detenido por varios días; pero no habiendo acumulado pruebas suficientes de su culpabilidad, fue libertado días después con las reservas de ley.
FIN

TRAGEDIA Y LEYENDA

En lo que hoy es Chínipas, a mediados del siglo XIX entre las familias criollas que radicaban en dicho lugar se encontraba la de Don Vicente Iriarte que procreó una familia entre cuyos hijos se encontraba Cuca, joven honesta y hermosa prometida del joven Lisandro Barrosa.
Resulta que por ese tiempo surgió una epidemia de cólera-morbus que además de pánico originó centenares de víctimas entre los habitantes de la región.
Era tal la aglomeración de enfermos que se encontraban en todas las casas, el miedo al contagio ocasionó que algunos fueran sepultados vivos. Así era la prisa macabra con que se procedía.
Entre otros casos tétricos que sucedieron a raíz de las precipitaciones por dar sepultura al “colérico” destacan los siguientes:
Resulta que un enfermo de cólera encontrándose ya en estado agónico y creyéndolo muerto, fue llevado a enterrar sin caja y sin mortaja, al colocarlo en el fondo de la fosa, tuvo un momento de reacción y entreabrió los ojos y exclamó: ¡atole! ¡atole! (único alimento que se le daba a los enfermos de cólera). ¡Qué atole ni que atole! –le contestó uno de los sepultureros- ¡agacha la cabeza que hay va la tierra! –así aquel desdichado fue sepultado vivo.
Otro caso es el de un “colerico” que fue amortajado y llevado al cementerio en una carreta; resultó que a medio camino volvió a la vida y empezó a quejarse, asustados los conductores, arrojaron el cuerpo y huyeron al pueblo llevando la noticia de su espanto, pues creyeron que había resucitado. Poco después vino gente al lugar de los hechos y cuál sería su sorpresa al encontrar al hombre vivo y empapado, pues minutos después de haber sido abandonado, cayó un fuerte aguacero el cual tuvo que soportar. Fue regresado a su casa, sanó de aquella terrible enfermedad y vivió para contarlo.
Entre aquellas víctimas del cólera se contó también a Lisandro Barrosa prometido de Cuca Iriarte, y que al expirar, ella le juró amarlo eternamente, morir antes que pertenecer a otro hombre.
Como prueba de ese juramento quedose Cuca con una pulsera de oro, ceñida a su mano y cerrada con un minúsculo candado, cuya llave Lisandro se llevó a la tumba.
Pasaron los años y Cuca rechazó a muchos pretendientes ya que el juramento hecho a Lisandro le atormentaba constantemente y muchas veces en sus sueños creía ver el ánima de Lisandro, por lo que no se atrevía a romperlo, ni a romper la pulsera que a manera de amuleto llevaba sujeta a la mano.
Pero el tiempo que todo lo cura, hizo que por fin Cuca correspondiera al amor de un nuevo enamorado, Aniceto Grajeda, joven trabajador y de muy buenas cualidades.
Se hicieron todos los preparativos y se arregló la boda para el martes 13 de julio de 1853, se recorrieron las amonestaciones y sólo se esperaba el día fijado para recibir la bendición nupcial, cuando un hecho inesperado vino a romper aquel compromiso,
con la misma brusquedad con que se había roto el de Lisandro.
Cuca se acostó la víspera de su boda con la emoción característica de quien se casa al día siguiente, lo que le quitó por largo rato el sueño. A las 12 de la noche tuvo un sobresalto nervioso, algo presentía, instantes después creyó ver una sombra que entraba a su recámara. Era el fantasma de Lisandro que venía a
liberarla del juramento que tiempo atrás ella le había hecho, cuando él víctima del cólera muriera.
Con voz cavernosa que le heló la sangre le dijo al oído: “Hoy termina tu compromiso y te dejo en libertad para que te cases y seas feliz. Vengo a devolverte la llave de la pulsera que circunda tu mano par que no tengas que romperla”.
Cuca no pudo más y cayó sobre su lecho después de lanzar un terrible grito de horror.
Al escuchar el grito, la madre de Cuca corrió a ver lo que sucedía, encontrándola con el más horrible de los espantos reflejado en el rostro.
Trataron de reanimarla pero todo fue en vano, no pudo dar ninguna explicación sobre lo que le había originado aquel estado de depresión.
El matrimonio se aplazó. Cuca tuvo momentos de alivio que le permitieron explicar a la familia el origen de sus males, mostrando la llavecita que ahí mismo había aparecido; pero los síncopes se fueron repitiendo con más frecuencia, debilitándola al grado de quitarle la vida seis días después.
Aniceto, loco de dolor al perder para siempre a Cuca, tomó la decisión de quitarse la vida ese mismo día, para lo cual escribió una carta a su madre y bien sellada se la entregó a su amigo Feliciano recomendándole que pasados cinco minutos la entregara.
Transcurrido el plazo, Feliciano entregó la carta sin imaginar lo que contenía. Cuál sería la sorpresa y angustia de aquella pobre madre al leer el mensaje donde le comunicaba su fatal decisión y la manera en que lo iba a realizar; le decía que para cuando ella estuviera leyendo esas líneas él se estaría arrojando de la torre de la iglesia. También les pedía perdón y que lo sepultaran junto a Cuca.
De prisa y bañados en llanto corrieron madre y padre de Aniceto rumbo al templo, alcanzaron a ver a Aniceto que parado en el arco del campanario se arrojaba al vacío estrellándose contra el piso. Un grito de horror brotó de las gargantas que presenciaron aquel espectáculo impresionante y horrible.
Así, esa misma tarde fueron sepultados en el panteón municipal los cuerpos de los dos, uno al lado del otro tal y como Aniceto lo pedía en la carta.
Pasado el tiempo y con motivo del fallecimiento de don Vicente Iriarte, padre de Cuca, ocurrida el 13 de abril de 1872, la familia adquirió un lote para sepultarlo a él y a los demás deudos de la familia que en seguida fallecieran, y con este motivo acordaron que se trasladara al lote los restos de Cuca, Lisandro y Aniceto.
Cual sería la sorpresa de los encargados de exhumar los restos de Lisandro, al encontrar el cadáver momificado; tenía roto el lazo con el cual le habían amarrado las manos sobre el pecho, éstas las tenía sobre la cara y una de ellas pegada a la nariz, el cuerpo recargado sobre el lado derecho. No tenía la posición normal de
los muertos y en opinión del doctor Manuel Robles que estuvo ahí presente, lo sepultaron vivo y había muerto de asfixia en el fondo de la sepultura.

FIN.

LA LEYENDA DE SALMERON


Don Ramón Salmerón fue de los ricachones y hombre influyente que llegó a ocupar cargos públicos como juez de paz, jefe político, etc. en un pueblito del distrito de Chínipas donde él vivió a mediados del siglo pasado.


A base de ahorro y trabajo llegó a aumentar una fortuna regular y ya avanzado en edad se radicó en la villa de Chínipas donde aumentó su fortuna al hacer agiotismo (prestamista) su principal fuente de ingresos.


Pero en esa época llegó a la comarca un párroco a quien no le pareció bien el negocio al que se dedicaba don Ramón pues lo consideraba ilegal y en contra de la caridad cristiana.


El párroco habló con Don Ramón y lo hizo cambiar completamente, dejando ese lucrativo negocio y en cambio se convirtió en un buen cristiano piadoso y caritativo que contribuyó mucho a las mejoras de la iglesia, concluyendo su existencia en medio de aquella paz cristiana un 23 de mayo de 1873 a la edad de 75 años. Pero no paró aquí el cambio de vida del Señor Salmerón, y alrededor de su casa y su persona surgió la leyenda de que poco después de su muerte empezó a aparecer un ánima en el patio de su casa que recorría y paseaba por los callejones cercanos y que de vez en cuando lanzaba lamentos escalofriantes que llenaba de pavor a quienes lo oían.


La leyenda de Salmeron crecía y el pánico también, al grado de que los vecinos del lugar por ningún motivo pasaban por ahí después de las once de la noche.


Cuentan que cuatro jóvenes al oír la leyenda se propusieron hacer guardia todos los días hasta enfrentarse al fantasma, para lo cual se revistieron de valor necesario, se armaron con pistolas y estuvieron haciendo guardia sesenta días consecutivos de las diez de la noche, hasta la una o dos de la mañana, sin que

hubiera pasado nada anormal, hasta que dos de ellos abandonaron la guardia quedándose únicamente los otros dos.


A las 10:45 del dio 22 de mayo víspera del aniversario de la muerte de Salmerón, los dos vigilantes oyeron un ruido intenso como si hubieran vaciado un saco de monedas y a continuación fuertes clamores, volviendo enseguida a reinar el silencio.


Al día siguiente reanudaron la guardia y a la misma hora escucharon lúgubres quejidos que aterraron a nuestros hombres. Uno huyó rápidamente y él que se quedó, a continuación oyó una voz cascada y cavernosa que le hablaba sin que él pudiera ver nada y que le decía: “Habla el ánima de Salmerón, que hasta la fecha está penando. Dile al Señor Cura que saque dos depósitos de dinero que dejó y los aplique a misas y sufragios por el descanso de mi alma. Que levante el metate de la cocina y ahí encontrará el derrotero, díganle que ya he penado mucho y que quiero descansar”. Luego reinó el silencio más completo. Alejandro que así se llamaba el único individuo que quedó haciendo guardia, se quedó petrificado, sin movimiento y sin poder hablar. Finalmente pudo reaccionar y salió disparado a

su casa.


Al día siguiente se fue directo con el Señor cura y le narró todo lo sucedido. El párroco procedió a obedecer conforme lo indicado, levantaron el metate y su sorpresa fue enorme al encontrar ahí un papel enrollado y mohoso que decía: “más debajo de este metate se encuentran 165 onzas de oro y a dos pasos del

broquel de la noria, mirando para la ventanilla de la casa de doña Eulalia Domínguez, hay tres mil pesos en monedas de plata sellada y una firma”.


Inmediatamente destruyeron el muro de adobe que sostenía al metate y su sorpresa fue enorme al encontrar completas y relucientes monedas de oro. Pero al buscar el entierro de las monedas de plata no pudieron dar con ellas, pues no había nada en el lugar señalado por el derrotero.


El párroco hizo uso del dinero conforme los deseos del difunto en misas, sufragios, se remodeló la sacristía y se bardió el atrio etc.

Sin embargo los años pasaron y el alma de Salmerón no dejaba descansar a los vecinos, pues con frecuencia se escuchaban sus horribles quejidos.


Una circunstancia casual vino a descubrir la cantidad de plata enterrada cerca del broquel de la noria.


Durante el sitio de Chínipas de abril a junio de 1911, el servicio de agua potable fue cortado por las fuerzas revolucionarias, lo que obligó a los moradores que quedaron sitiados, a abrir norias que anteriormente habían sido segadas porque ya no se necesitaban.


Entre estas norias estaba la de la antigua casa de Salmerón, que fue fácilmente localizada y como tuvieron que hacer exploraciones previas para localizar el broquel, una cuadrilla de soldados excavaron y exactamente a dos pasos del broquel pero al rumbo contrario del señalado en el croquis, la barra de un soldado tropezó con el depósito de los pesos.


Sacaron el entierro que consistía en tres mil pesos de plata pura, se lo repartieron entre los cinco, y rápidamente los despilfarraron. La posición del entierro era exactamente conforme a lo que decía el derrotero, solo que al otro lado del broquel, poco después se comentaba por todas partes los detalles del hallazgo de la noria de Salmerón, así como la forma en que se repartieron el dinero, sin que las autoridades se hubieran dado cuenta de nada.


Y aún hay en Chínipas quienes afirman que todavía ronda el ánima de Salmerón por aquellos contornos y que el entierro que dejó fue encontrado por los actuales propietarios de la casa.



FIN

LA MINA DE JUAN RAMON.


Hay tipo de cada lugar que hacen época por alguna particularidad favorable o adversa. Uno de éstos es Juan Ramón, quien cree que el trabajo denigra al hombre y con este criterio no se ha ocupado nunca de nada útil, constituyéndose en abanderado de aquel famoso apotegma que dice: El trabajo enaltece y dignifica al hombre, pero lo friega mucho.

Aunque ignorante de gran calibre, no deja de ser ladino, habiendo encontrado un medio de lucro y de explotación que con alternativas no ha dejado de producirle beneficios, presentándolo como un vividor empedernido; aunque su ignorancia no le permite discurrir ni sobre los diversos sistemas conocidos de matar moscas. Por otra parte, además de que estaba asistido de las características anteriores, obtenía campeonato en el desaseo de su ropa y de su cuerpo.

En los alrededores del pueblo de Guadalupe Victoria, de donde es originario y conoce desde su niñez, localizó dos o tres hilos minerales que convirtió en carnada para explotar incautos, exactamente en el cerro del Cusal, frente a las ruinas de Tajírachi en donde en 1632 fueron sacrificados por los naturales alzados los misioneros Jesuitas Julio Pascual y Manuel Martínez. Los descubridores de este punto mineral fueron los señores Ramón Figueroa y Antonio Talamantes, quienes en marzo de 1887 denunciaron allí el fundo minero “Guadalupe” en que ejecutaron algunos trabajos de exploración.

Con el pretexto de los citados hilos buscó su acomodo con el Presbítero Justo E. Orozco, párroco de la región, a quien alucinó en una forma completa no sólo con el aliciente de las minas que eran de una riqueza fabulosa, sino con el conocimiento y posesión de grandes tesoros superiores a los de Aladino y de la Casa Blanca, que sólo él conocía.

El Cura se dejó engañar por Juan Ramón en una forma tal que sería difícil escribir sobre el malabarismo inaudito de éste y la ingenuidad, bobería y candidez del Párroco, a quien este minero original explotó durante muchos años a su entera satisfacción.

El producto de las obvenciones parroquiales constituía el patrimonio personal de Juan Ramón, pues cualquiera que fuera el ingreso, iba a parar a sus manos, sirviéndole no para llevar una vida como Dios manda, para sobrellevar sus necesidades o para auxiliar a su anciana madre, sino para dilapidar el dinero en fomentar sus vicios, afirmar su categoría de enemigo del trabajo y aumentar su experiencia de minero original y sin minas.

Fue tal la venda que obscurecía la vista y el entendimiento del Cura Orozco, que no hubo razón suficiente para hacerlo desistir de su propósito de darle todo su apoyo y protección al hombre más descalificado del pueblo en materia de trabajo. Parecía que cada una de las razones que se le exponían, constituían una recomendación para su original socio minero.

Como llegó un día en que los ingresos del Cura no bastaron para llenar aquella

vorágine, principió a faltar a sus compromisos pecuniarios cada día en forma más seria, hasta que concluyó por perder el crédito y ser él el de los apuros, en lugar del otro minero que se la pasaba capulinamente. El cinismo de éste lo llevó hasta recoger directamente de los feligreses del párroco, el importe de las obvenciones parroquiales, por bautizos, matrimonios, etc.

El cura perdió totalmente su crédito y los años se le pasaron con las ilusiones ininterrumpidas de riquísimas minas y tesoros fabulosos, sin que jamás las viera realizadas. Todo el mundo sabía que Juan Ramón lo engañaba y vivía a sus expensas, menos él y los vecinos en general no encontraban ninguna justificación a aquél error tan grave y tan perjudicial para la reputación del Párroco.

Por otra parte, era asiduo concurrente a la casa habitación del Cura, aunque jamás asistiera a la Iglesia en los días de precepto y mucho menos se ocupara de profesar las prácticas cristianas.

El Párroco era respetado por su jerarquía espiritual y estimado porque se dedicaba a la medicina como práctico con bastante acierto y jamás especulaba; pero en cambio muchas personas fueron el chivo expiatorio de la fiebre minera del Cura.

Entre otros muchos casos relacionados con sus actividades mineras y la riqueza

fantástica de sus minas y tesoros, cabe citar los siguientes:

El Doctor William Kinley era un oculista de fama radicado en la Ciudad de Tucson, Estado de Arizona. Invitado previamente por el Cura Orozco vino hasta la Villa de Chínipas a visitar una mina notable y a sacar un entierro muy importante, en donde existían más de cuatrocientas barras de oro y plata.

Una vez en la citada población todo se volvió misterios de parte del Cura y engaños, subterfugios y evasivas de Juan Ramón, sin que el Médico pudiera salir de aquel círculo vicioso formado por los enredos del segundo. Entonces ocurrió al Ingeniero Jacobo W. Breach para que lo asesorara y la influencia de éste hizo que al fin el Cura, su socio y el Doctor, fueran junto con él al campo, por el rumbo de Machahuivo, a ver la mina fabulosa.

El original minero se metió por vericuetos que consideró impracticables para todos los demás; pero el Ing. Breach lo siguió resueltamente, a éste, el Cura y el Médico, hasta llegar a un hilo mineral que no tenía ninguna importancia. Descubierto el engaño se regresaron a Chínipas y el Dr. Kinley, indignado, pretendió querellarse en contra del Padre Orozco; pero el mismo Ingeniero lo hizo desistir de este propósito ya cuando se encontraba en la Agencia del Ministerio Público, regresándose en seguida a Tucson, burlado y perdiendo los gastos de su viaje.

Otilio Orozco, sobrino del Cura, vivía en la ciudad de México desempeñando un empleo que le permitía desahogo. Hasta allá le llegaron las noticias sobre las minas riquísimas de su tío, suficientes para hacerlos millonarios a ambos y resolverles definitivamente el problema económico de su vida.

Principiaron a llegar remesas periódicas del sobrino para el fomento de las propiedades mineras del tío; pero todas ellas iban a dar inexorablemente al bolsillo sin fondo de Juan Ramón. Después de la insistencia del Cura para que fuera a visitar las minas y a trabajarlas en sociedad; el viaje a la región de Chínipas tras el encanto y el atractivo de los millones de pesos; en seguida el desengaño producido por la triste realidad de quien sólo encuentra minas de ilusión y un completo embaucador que no tenía lleno, y seguía tragando todo el dinero que llegaba a poder del Párroco y, por último, el distanciamiento entre el tío y el sobrino.

Este tuvo que regresarse a la Ciudad de Chihuahua en busca de colocación y el Cura se quedó en Chínipas engolocinado con la riqueza abstracta de sus minas hipotéticas, esperando una nueva oportunidad para explotarlas, aunque esta no se le presentó nunca.

Entre numerosos denuncios que el Cura Orozco presentó a la Agencia de Minería de Chínipas se contó uno que bautizó con el nombre de “CIUDAD DEL ORO”, localizado en el Cerro de los Mautos, al Noroeste de la Cabecera y en donde la fantasía popular supone la existencia de la mina de “El Pinito”, de la época colonial, que se ha buscado infructuosamente.

La mesura debía trazarse sobre la falda del expresado cerro que dá vista para el vado de Los Amoles, por el camino que va de Chínipas al pueblo de Guadalupe Victoria. El punto de partida de las tres pertenencias denunciadas era una mancha negra que existe al pié de un pequeño reliz, un poco más arriba de la parte media del cerro. El Ing. Jacobo W. Breach, perito nombrado para practicar la medida de “CIUDAD DEL ORO”, expresó en su informe lo siguiente: “En las pertenencias en cuestión no hay veta a la vista, siendo oro y plata los metales que desea explotar el denunciante”.

El Párroco fue jubilado a fines de 1930 a causa de su avanzada edad; pero no quiso salir de la ilusión permanente de sus minas que se extinguió con su muerte ocurrida cinco años después, sin haberse dado cuenta de que él había sido la única mina que había producido plata acuñada.

Juan Ramón todavía vegeta por las calles de Chínipas luciendo la camisa que estrenó hace dos años y no ha remudado porque ofreció a Sta. Eduwigis, patrona de los trabajadores, no dejarla hasta que se le cayera a pedazos. Con otras personas ha pretendido ejercer sus facultades de minero original; pero la realidad se ha abierto paso muy pronto.

También era alquimista; pero en alguna ocasión equivocó los ingredientes para fabricar el oro mezclándole mayor cantidad de hierro y se vio envuelto en dificultades con las autoridades judiciales, de las que salió bien librado por la oportuna intervención del Cura.

FIN.

viernes, 7 de junio de 2013

Este es un espacio dedicado a la gente del municipio de Chínipas, para que compartamos e intercambiemos historias, fotos antiguas, fotos recientes, anecdotas, leyendas, mitos, cuentos sobre nuestra comunidad,  etc. El propósito también de este blog es para que tratemos entre todos de rescatar las tradiciones que la modernidad ha puesto en peligro.

Bienvenidos sean pues a este espacio Chinipense....